Alberto Valdés Cobos*
Sin embargo, ¿se justifica al intelectual cuando se mercantiliza el discurso autorreferencial de la modernidad que le dio origen? ¿Qué metamorfosis experimenta el intelectual mexicano a principios del siglo XXI? ¿Qué tipo de relaciones mantiene con el Príncipe y la plutocracia? ¿Cómo reaccionan ante la fragilidad y las limitaciones de la democracia mexicana? ¿Ayudan a la sociedad a hablar de sus problemas y a facilitar las deliberaciones públicas o promueven un falso consenso complaciente? ¿Cómo se diferencian el intelectual del tecnócrata en tiempos de la derecha panista? Son algunas de las muchas interrogantes que merecen la atención de la imaginación sociológica (Mills), no sólo del historiador, del politólogo o del periodista cultural.
¿Existe una sociología de los intelectuales en México? ¡Definitivamente no! Lo poco que se ha escrito sobre esta categoría social aún no adquiere el carácter de especialización sociológica. Está de más decirlo, pero lo que se ha escrito sobre los intelectuales (biografías, ideologías, funciones educativo-culturales y sus relaciones con los poderes fácticos) ha correspondido a otras disciplinas. En México, predominan dos tendencias sobre el estudio de los intelectuales: en primer lugar, el escrutinio de la relación que éstos han mantenido con el Príncipe en la historia y la ciencia política; la otra tendencia, o periodismo cultural, ha privilegiado el examen biográfico de los intelectuales.
¿Cuántos artículos sobre los intelectuales (en general y mexicanos en particular) se han publicado en laRevista mexicana de sociología y estudios sociológicos? ¿Existe algún proyecto de investigación que aborde el estudio de los intelectuales mexicanos a partir de la sociología funcionalista, la sociología constructivista, la sociología feminista, la teoría crítica de Theodor Adorno, la sociología reflexiva de Pierre Bourdieu, la sociología histórica de Immanuel Wallerstein, la sociología posmoderna de Gilles Lipovetsky o las teorías sociales de Anthony Giddens, Ulrich Beck y Zygmunt Bauman? El poco abordaje de los intelectuales –si es lo que lo hay– en subdisciplinas como la sociología de la ciencia, la sociología de la cultura y la sociología política ilustra que la sociología empírica de los intelectuales mexicanos sigue siendo una tarea pendiente.
En México, existe escaso interés sociológico que dé cuenta de las “crisis” y “muertes” que supuestamente han experimentado los intelectuales en las últimas tres décadas. Algunas pinceladas y ensayos que se han ocupado de estas mutaciones, de manera esporádica, en suplementos culturales y revistas de análisis mediático y político han sido Etcétera, Nexos, Letras libres y Metapolítica. En ese sentido, destacan las contribuciones de Lorenzo Meyer, Roderic Ai Camp, Roger Bartra, Gabriel Zaid, César Cansino, René Avilés, Enrique Serna, Jorge Volpi, Víctor Roura, Xavier Rodríguez y Armando González. Ellos han llamado la atención sobre la relación que se suele dar entre la república de las letras y la clase política, así como de la soberbia, la codicia, la zalamería, la pedantería, la simulación, la hipocresía y el sometimiento a los medios de comunicación que caracterizan a algunos intelectuales.
Las lecturas sobre las amenazas, agonías y muertes del intelectual atraviesan un abanico político que va del liberalismo, pasa por el análisis posmoderno y desemboca en una variedad de diagnósticos de izquierda. En efecto, la sociología reflexiva de Bourdieu se inscribe en esta última perspectiva, la cual trata de combatir las autopercepciones triunfalistas de un intelectual flotante y desligado de los conflictos sociales. De acuerdo con Bourdieu, el Homo intelectus de nuestros días se encuentra amenazado en su autonomía por las fuerzas del mercado, los medios de comunicación y la derecha neoconservadora.
Los cambios que han experimentado las universidades, como espacios de reflexión y crítica, así como la presencia cada vez más creciente que han adquirido los medios de comunicación han propiciado el caldo de cultivo para que prolifere el “intelectual público” que tanto preocupa al filósofo Eduardo Subirats. La televisión, por ejemplo, se ha erigido en el álter ego por excelencia (¿o atracción fatal?) de muchos intelectuales para justificar un falso consenso complaciente ad hoc con los intereses de los verdaderos dueños de la democracia mexicana: las elites económicas.
Para Subirats, vivimos en una época en la que los intelectuales y el pensamiento libre se encuentran “amenazados”. El intelectual es el instrumento que toda democracia debe tener para expresar sus conflictos, dilemas y proyectos de futuro, por lo que su papel como mediador independiente y reflexivo es central para toda sociedad que presuma de democrática. Si en otras épocas las amenazas venían de los tribunales de la Inquisición, actualmente las amenazas que se ciernen sobre el intelectual provienen de la industria cultural que lo eleva a la categoría de estrella a costa de la banalización de su discurso, la ficcionalización y la neutralización de su posible crítica (Reforma, 19 de septiembre de 2005).
El objetivo de este ensayo no ha sido ofrecer recetas y decir que los intelectuales vayan por ésta o aquella dirección, porque más que respuestas, lo que necesitamos son preguntas para la sociología de los intelectuales a la mexicana. Al plantear preguntas, responderemos a los retos que entrañan las amenazas, muertes y mutaciones de los hombres de ideas (artistas, científicos, académicos). ¿Cómo se manifiestan las miserias del Homo intelectus mexicanus? ¿Cómo se detecta la podredumbre intelectual? ¿De qué está hecha la daga para llevar a cabo el intelecticidio? ¿Qué hay del tecnócrata? ¿Cómo se experimentan las “imposturas” y muertes del intelectual en las diferentes regiones, universidades, instituciones culturales y centros de investigación del país? ¿Cómo reaccionan a las difíciles condiciones que impone el Estado neoliberal? ¿Cómo desarrollan su función de ideólogos y expertos en gobiernos de derecha e izquierda, así como en una diversidad de movimientos sociales? ¿Defienden los valores de la democracia o promueven los intereses de la plutocracia? ¿Es sostenible la democracia mexicana cuando las políticas aplicadas por tecnócratas aumentan la pobreza y el desastre del campo mexicano?
Necesitamos investigación empírica para desechar o confirmar la necrología y metamorfosis de esa rara avis que algunos autores han declarado como una especie en peligro de extinción. No ha sido intención de este artículo encontrar el hilo de Ariadna, sólo pretendemos justificar la necesidad de una nueva especialidad académica en una época hipercompleja e incierta, donde se carece del interés e imaginación sociológica para estudiar a los hombres de ideas. Vivimos en una sociedad global donde la ciencia y las facultades de un intelecto sin autonomía podrían volverse peligrosas (Bourdieu); por tanto, la sociología de los intelectuales tendrá que ser un espacio de reflexividad vía la redefinición de la modernidad mexicana posbicentenario, el escrutinio permanente de la democracia y la recuperación del espíritu socrático.
*Profesor invitado del grupo de sociología rural del Departamento de Sociología, de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Azcapotzalco; doctor en ciencias agrarias y especialista en sociología de los futuros